jueves, 2 de febrero de 2012

Descolonización y Tercer Mundo. Causas y consecuencias. Análisis.

Vida y muerte del Tercer Mundo

Alain Gresh. Le Monde diplomatique // EL ATLAS HISTÓRICO. Historia crítica del siglo XX.Del 18 al 24 de abril de 1955 se reunieron en Bandung los representantes de 25 países del Sur recién independizados, entre los que se encontraban el chino Zhou Enlai, el egipcio Gamal Abdel Nasser y el indio Jawaharlal Nehru. El presidente indonesio Surkano, anfitrión de esta conferencia, evocó el congreso constitutivo de la Liga Contra el Imperialismo, celebrado en 1927 en Bruselas y que, por primera vez, había reunido a los representantes de los ‘pueblos de color’: La reunión tenía lugar a miles de kilómetros de distancia  de sus hogares, entre un pueblo extranjero, en un país extranjero de un continente extranjero. En la actualidad, el contraste es enorme. Nuestras naciones y nuestros países ya no son colonias. Somos libres, soberanos e independientes. Somos de nuevo dueños de nuestra tierra.


George Balandier, inventor en 1952, junto a Alfred Sauvy, de la expresión ‘Tercer Mundo’, explicaba así su significado: No se trata de definir un tercer conjunto de naciones, junto a los dos bloques –capitalista y soviético- en guerra fría. No, era una referencia al Tercer Estado del Antiguo Régimen, a esa parte de la sociedad que se negaba a no ser nada, según el panfleto del abate Sieyés. Esta noción designaba, por tanto, la reivindicación de las terceras naciones que querían inscribirse en la historia.


Inscribirse en la historia de la que había sido expulsados y derrocar los imperios que se habían repartido el planeta: ése era el sentido de las luchas que se intensificarían en el siglo XX. En varias décadas y a través de combates a menudo violentos, adquieren, en casi todos los territorios, su independencia política. Pero ésa no era más que una etapa. El desarrollo, la recuperación de las riquezas nacionales -cuyo momento álgido se alcanza en los años 1970 con la nacionalización de la empresas petroleras- y un ‘nuevo orden económico internacional’ fueron las consignas del movimiento de los no alineados, con resultados moderados. La capacidad del Norte de mantener su hegemonía sobre la economía mundial, el fracaso de las élites del Sur en la definición de un nuevo modelo de desarrollo y el naufragio de la opción socialista, alimentaron de tal forma la desilusión que en numerosos países recién independizados se instalaron regímenes autoritarios y depredadores.

En el cambio de milenio, estas desilusiones alimentan un discurso crítico que pretende honrar el ‘papel positivo de la colonización’, e incluso justificar la necesidad de un nuevo imperialismo occidental, proclamado por algunos historiadores, como el británico Niall Ferguson y el francés Jacques Marseille. No obstante, al mismo tiempo, se asiste al auge sin precedentes de países del antiguo Tercer Mundo, desde China hasta Brasil, y desde la India hasta Sudáfrica. Estos países, al renunciar a oponerse al capitalismo y a la globalización, y aprovechando la apertura del comercio internacional y de las deslocalizaciones, conquistan un lugar más importante en la economía mundial. Dirigidos por élites formadas tras las independencias y basándose en un discurso nacionalista, apuntan a desempeñar un papel cada vez más significativo en la escena política y diplomática y a reconquistar los espacios que en el pasado fueron suyos: a comienzos del siglo XVIII, China y la India garantizaban el 80% de la producción manufacturera mundial.

No obstante, un determinado número de países no han experimentado ese auge, por múltiples motivos: guerras civiles, sobretodo en África, alimentadas por las intervenciones extranjeras; elites autoritarias y corruptas, en particular en el mundo árabe; orden internacional desigual y desfavorable hacia los más débiles… El Tercer Mundo como entidad coherente y su expresión política, el Movimiento de Países No Alineados, han dejado de existir.

El siglo XX se cierra con el hundimiento de la Unión Soviética y el comunismo, pero, si aceptamos desplazar nuestro centro y observar el mundo no desde París o Washington, sino desde la perspectiva de Nueva Delhi o de Pekín, de Pretoria o de Brasilia, deduciríamos sobre todo que estas últimas décadas se han caracterizado por el fin de la dominación, que se creía eterna, de los imperios coloniales, y por la emergencia de nuevos centros de poder.

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