jueves, 16 de febrero de 2012

Consecuencias de la Gran Guerra

La caída de los imperios transforma el (viejo) mundo

Georges Corm. Le Monde diplomatique // EL ATLAS HISTÓRICO // Historia crítica del siglo XX.
La onda de choque provocada por la Primera Guerra Mundial condujo en 1919 a la caída de dos fuerzas que reinaban en el Mediterráneo oriental desde el fin del Imperio bizantino: el Imperio otomano y el Imperio de los Habsburgo. Las repercusiones de este cataclismo, que más adelante se borrará de la memoria, se pudieron sentir durante todo el siglo, desde Sarajevo en Bosnia hasta Haifa en Palestina.

El Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial en 1919, tan sólo hizo desaparecer el Imperio alemán y el Imperio ruso. El imperio otomano, que en otro tiempo había dominado la mayor parte del Mediterráneo oriental (hasta Croacia) y las provincias árabes del Norte de África (salvo Marruecos), se reducía a la meseta anatolia con sus frentes marítimos. Y en cuanto al Imperio austro-húngaro, se fragmentó con el nacimiento de Austria, Hungría, Checoslovaquia y el reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (la futura Yugoslavia).


La principal causa del hundimiento de estos dos imperios fue la exportación del virus de los nacionalismos europeos hacia los Balcanes, la meseta anatolia y el conjunto siro-mesopotámico. En todas estas regiones, poblaciones con diferentes características religiosas, étnicas o lingüísticas habían convivido en una gran heterogeneidad desde épocas muy antiguas. La atracción ejercida por el modelo político del Estado-nación en Europa, así como las rivalidades europeas en la competición por la expansión colonial hacia el este y sur de la cuenca mediterránea -inaugurada por la expedición de Bonaparte en 1798 a Egipto y Palestina- hicieron tambalear la situación durante todo el siglo XIX. Las promesas de las potencias europeas a las diversas comunidades religiosas o étnicas, convertidas en “clientes” suyos a través de una densa red de diplomáticos, misioneros e instituciones educativas moderadas, dieron lugar a fuertes corrientes secesionistas que cuestionaban la cohesión de los imperios otomano y austrohúngaro. Estas comunidades experimentarán una gran politización, fomentada por las presiones de los grandes Estados europeos sobre los dos imperios para democratizar su gestión y otorgar derechos a sus “minorías”.

Hasta ese momento, las querellas y la violencia locales se debían generalmente a los problemas de distribución de los recursos escasos, como el agua y la tierra en la zona rural, o a la competencia comercial y económica en la zona urbana. Por otro lazo, las élites de muchas de esas comunidades contribuían a la gestión de los dos imperios: griegos, bosnios y armenios participaban en la administración del Imperio otomano; húngaros y croatas en la del Imperio austro-húngaro.

Frente al crecimiento de los nacionalismos étnicos o religiosos, la reacción turca fue doble. Por una parte, los sultanes –en especial Abdul Hamid II- hicieron uso de la solidaridad panislámica frente a las empresas coloniales europeas; por otra parte, los jóvenes oficiales turcos apelaron al panturanismo, es decir, a la creencia en la superioridad  de la raza tura sobre todos los demás componentes del imperio, elemento que se convertiría en el centro de su ideología.


Por todo ello, no es de extrañar que el final de la Primera Guerra Mundial comportarse en el Mediterráneo oriental diversas masacres y desplazamientos forzosos de población (entre griegos y turcos, armenios y turcos, kurdos y armenios, kurdos y turcos, búlgaros ortodoxos y turcos) en los cuales millones de personas murieron o vieron cómo se arruinaba su vida. Por otro lado, tras el reparto de Oriente Próximo entre París y Londres (Acuerdo Sykes-Picot, 1916), Palestina queda en 1922 bajo mandato del Reino Unido. Éste había prometido, mediante la famosa Declaración de Lord Balfour de 1917, crear allí un “hogar nacional” nacional judío; promesa que ya anunciaba la futura expoliación de la población palestina. Este compromiso contradecía las promesas realizadas por los dirigentes británicos a los árabes de constituir, tras la victoria, un reino árabe unificado que abarcaría el Hiyaz, Siria, el Líbano, Palestina y Mesopotamia.

La importancia de las ideologías en la escritura de la historia contemporánea es tal que la caída de los imperios otomano y austro-húngaro se ha borrado de la memoria, a pesar de las convulsiones que siguen sacudiendo esta parte estratégica de Oriente Próximo.

Prueba de ello son la sangrienta desintegración de Yugoslavia, acaecida setenta años después de su creación, así como la persistencia del sufrimiento diario del pueblo palestino, sin olvidar la división, afortunadamente pacífica, de Checoslovaquia en 1992.


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