La justicia francesa revisa el
origen del genocidio en Ruanda
Una pericia atribuye a los extremistas hutus el atentado contra el avión del prsidente de la misma etnia
ELPAIS.COM // Miguel Mora // París //11.01. 2012
El 6 de abril de 1994, un misil derribó el avión del
entonces presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana. La muerte del líder hutu
abrió cuatro meses de locura y persecución por parte de los
extremistas de esa misma etnia, que asesinaron a 800.000 tutsis y a miles de
hutus moderados. Tras la denuncia presentada en 1998 por las familias de la
tripulación francesa del avión, en 2006 un juez francés atribuyó el asesinato
de Habyarimana al Frente Popular Ruandés, la milicia tutsi dirigida por Paul Kagamé, que hoy gobierna el país africano, lo cual
provocó tres años de ruptura de relaciones entre París y Kigali. Cuando aquel
juez, Jean-Louis Bruguière, se retiró de la magistratura, la justicia francesa
reabrió el caso y siguió investigando, esta vez sobre el terreno. Ahora, un
informe de seis expertos enviados a Ruanda por los jueces Marc Trévidic y
Nathalie Poux ha dado la vuelta a la versión oficial, y atribuye a los propios
extremistas hutus el asesinato de su presidente, que aparece ahora como la
excusa que hizo posible iniciar un genocidio muy bien planificado desde 1991
bajo la mirada cómplice de París.
La pericia judicial se basa en
análisis balísticos, acústicos, de explosivos, cartográficos y de navegación
aérea, y determina, 18 años después de sucedidos los hechos, que es
prácticamente imposible que los rebeldes tutsis dispararan los dos misiles
SA-16 de fabricación soviética contra el avión presidencial, ya que el lugar de
donde partieron los disparos fue el campamento militar de Kanombé.
Aunque el informe no es concluyente al 100% sobre el autor
real de los disparos, dado que Kanombé estaba entonces bajo control de las
fuerzas gubernamentales y la guardia presidencial, resulta difícil pensar que
fueran los tutsis quienes lo hicieran.
La resolución ha tenido gran eco en Francia, quizá porque la
historia judicial del atentado contra el Falcon 50 prestado por París a
Habyarimana ha estado marcada hasta ahora por un vergonzante consenso político,
ese cinismo oficial mejor codificado aquí como ‘Razón de Estado’.
Los hechos, y la salvaje limpieza étnica que vino después,
sucedieron en plena cohabitación entre François Mitterrand y Edouard Balladur,
y la sentencia dictada en 2006 por el juez antiterrorista Bruguière contra
siete correligionarios de Paul Kagamé fue recibida con enorme escepticismo por
las ONG y los organismos internacionales, que la consideraron fruto de las
presiones y componendas de la izquierda y la derecha francesas.
La primera confirmación oficial, aunque sea todavía parcial,
de la inocencia de los tutsis en el asesinato de Habyarimana es “histórica”,
según escribe Libération, porque “devuelve el honor” a la justicia
francesa y pone fin a la “infamia” de quienes durante años acusaron sin pruebas
a Kagamé de haber favorecido el genocidio de los tutsis, y de quienes negaron
ese genocidio, considerado por la ONU como el tercero más grave de la historia.
Un informe de seis expertos enviados a
Ruanda ha dado la vuelta a la versión oficial y atribuye el atentado a los
extremistas hutus. Según Le Monde, la tesis avalada por la primera
investigación no se basaba en hechos, si no en las tesis sostenidas ante el
juez y la opinión pública por testigos, periodistas, sociólogos, soldados y
medios más o menos interesados en Ruanda, algunos de los cuales, como el propio
juez Bruguière, jamás habían puesto un pie en el país africano. En 2009, una
investigación del ejército británico avanzó ya este mismo resultado.
Junto a la
nueva verdad oficial, es necesaria una revisión histórica de la intoxicación
negacionista puesta en marcha por el establishment francés, afirma
también Libération. La ministra ruandesa de Asuntos Exteriores, Louise
Mushikiwabo, ha declarado que “ahora está claro para todos que el atentado fue
un golpe de Estado organizado por los extremistas hutus y sus consejeros. Con
esta verdad científica”, ha añadido, “los jueces han cerrado brutalmente la
puerta a 17 años de campaña de negación del genocidio”.
El genocidio ruandés en datos:
800.000 personas de origen tutsi y miles de hutus moderados fueron
asesinados en cuatro meses
200.000 personas participaron en la ejecución del genocidio
250.000 mujeres fueron violadas
Un
millón de niños quedaron huérfanos tras la masacre
6
de abril de 1994: El avión del presidente Juvenal
Habyarimana es derribado e inicia el genocidio
22
de junio de 1994: Inicia la Operación Turquesa, una
misión humanitaria para detener el genocidio, encabezada por Francia y
autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU
El film:
Hotel Rwanda
A unas horas de la firma de un convenio de paz entre
hutus y tutsis –respaldado por la ONU– en el Hotel Mille Collines (Kigali,
Ruanda), que regenta Paul Rusesabagina, pequeños acontecimientos empiezan a
perturbar la cotidianeidad del país. Soldados hutus instigan por radio a
"erradicar la invasión asesina de los tutsis". Paul Rusesabagina es
hutu y director del hotel Mille Collines, propiedad de las aerolíneas belgas
Sabena. Respetado por su generosidad, su carisma y los contactos que tiene, se
ve involucrado en el transcurso de los acontecimientos cuando amenazan a su
mujer tutsi, a sus hijos y vecinos con la muerte y logra sortear los primeros
obstáculos mediante el soborno, con la esperanza de que las fuerzas internacionales
lleguen en cualquier momento para evitar la guerra civil. Sin embargo, la
situación se recrudece.
Tras el asesinato del presidente ruandés, comienzan las
matanzas indiscriminadas de tutsis a manos de los soldados y ciudadanos hutus.
Paul logra proteger a los suyos en el hotel, al que empiezan a llegar miles de
personas pidiendo auxilio. Mientras un joven cámara, reportero de la BBC,
asiste al espectáculo dantesco y Paul hace uso de todos los recursos y sobornos
posibles para mantener con vida a los tutsis refugiados en el hotel, las
fuerzas internacionales llegan a Ruanda pero sólo para evacuar a los ciudadanos
blancos y devolverlos a sus países de origen y con órdenes de no intervención.
Paul, armado de coraje, con la ayuda del coronel Oliver de la ONU (defraudado por
el comportamiento internacional), logrará cobijar y proteger primero, y salvar
después, la vida de miles de personas que confiaron en él. Se compromete
consigo mismo para proteger a su mujer tutsi, Tatiana, a sus hijos y a los 1200
vecinos tutsis que, atemorizados y amenazados, llegan al hotel pidiendo auxilio
y protección, cuando las fuerzas internacionales no ofrecen intervención ni
ayuda a los perseguidos.
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